La sombra creciente: el mundo se prepara para una nueva era de conflictos


Tras décadas de una relativa paz entre las grandes potencias, cimentada sobre las ruinas de la Guerra Fría, el mundo está experimentando una intensificación alarmante de los preparativos militares que apuntan a una nueva era de conflictos en gran escala. Una sombra que se creía desterrada vuelve a proyectarse sobre el tablero global, alimentada por crisis económicas, realineamientos geopolíticos y una creciente competencia por los recursos y la influencia. Aunque este fenómeno es global, sus epicentros actuales son la guerra en Ucrania, un conflicto que ha servido como un catalizador implacable para desmantelar el frágil orden de seguridad posterior a la caída del Muro de Berlín, y el genocidio que perpetra Israel en Gaza, demostración de que los crímenes planeados contra multitudes de civiles indefensos no son cosa del pasado.

Lo que inicialmente fue caracterizado por algunos como un conflicto "local" en Ucrania se ha transformado rápidamente en el eje de una confrontación mundial entre la OTAN y Rusia, con China como el objetivo estratégico a largo plazo de la alianza occidental. Este enfrentamiento, lejos de ser un accidente histórico, se inscribe en lo que ciertos análisis describen como una "época de guerras, revoluciones y contrarrevoluciones", y fue preparado sistemáticamente por la OTAN a lo largo de la última década. La expansión de la alianza hacia el este y el entrenamiento de las fuerzas ucranianas fueron pasos deliberados que encendieron la mecha en una región ya volátil.

Las tensiones actuales no surgieron en el vacío. Sus raíces se hunden profundamente en la desintegración del bloque soviético y las crisis geopolíticas posteriores. La guerra en la antigua Yugoslavia en la década de 1990 fue un presagio de esta nueva inestabilidad, un conflicto que, ya en un análisis de 1994, expuso la grave desconexión política de la Unión Europea y su incapacidad para actuar de forma cohesionada sin el liderazgo militar estadounidense. Aquella crisis reveló que el verdadero gobierno de la seguridad europea no residía en Bruselas, sino en un pacto estratégico entre Washington y Moscú, con la OTAN como su brazo ejecutor, una dinámica que resuena con fuerza en la actualidad.

Por ello, no es de extrañar que el primer y más visible frente de esta nueva era de militarización sea precisamente el continente europeo, que ha abandonado su complacencia de posguerra para convertirse en un escenario de rearme acelerado y de retórica belicista que no se veía desde el siglo XX.

Europa en pie de guerra: el despertar de la "Locomotora Militar"

La guerra en Ucrania ha sacudido a Europa de su letargo estratégico, forzando a la Unión Europea a realinear sus intereses con los de EEUU y la OTAN de una manera inequívoca. Este realineamiento es un componente crítico de la tesis central de este artículo porque ha desatado un gasto militar sin precedentes desde la II Guerra Mundial, transformando la economía continental y subordinando las prioridades políticas a los imperativos de la confrontación. Bruselas, en lugar de actuar como un contrapeso diplomático, se ha posicionado, según algunos observadores, como un "catalizador de los intereses belicistas", funcionando en la práctica como una extensión de los objetivos de Washington.

Este despertar militarista ha provocado un cambio histórico en potencias que, durante décadas, mantuvieron políticas de defensa restringidas. Alemania y Japón, derrotadas en la II Guerra Mundial, han emprendido un masivo programa de rearme, abandonando su tradicional rol "defensivo". Para la "locomotora alemana", sumida en la recesión y el estancamiento, la reactivación de una economía de guerra se presenta no solo como una necesidad geoestratégica, sino también como una posible salida a su crisis económica interna. Este giro, impulsado por el gobierno de coalición del socialdemócrata Olaf Scholz, simboliza la profundidad de la transformación que recorre el continente.

La expansión de la OTAN y el aumento de los presupuestos militares son la manifestación más concreta de esta nueva realidad. La militarización de Europa se puede resumir en varios puntos clave:

* Ampliación de la Alianza: La histórica neutralidad de Suecia y Finlandia ha sido abandonada con su reciente incorporación a la OTAN, bajo el pretexto de una supuesta amenaza de invasión rusa. Este movimiento consolida el cerco militar sobre Rusia y expande significativamente el frente oriental de la alianza.

* Presupuestos disparados: En toda Europa, los presupuestos militares se han incrementado drásticamente para suplir las necesidades de la OTAN y financiar la guerra en Ucrania. El gobierno español, por ejemplo, firmó recientemente un acuerdo para entregar armamento a Ucrania por un valor de 1.200 millones de euros, principalmente munición de artillería esencial para mantener activos los frentes de batalla.

* La UE como estructura militarista: La Unión Europea, a través de sus instituciones en Bruselas, ha cerrado filas detrás de la política de confrontación de la OTAN. Para ciertos analistas, actúa como una estructura reaccionaria, subordinada a Washington, que impulsa la escalada militar mientras impone políticas de ajuste a sus propias poblaciones.

Este frenesí de gasto militar en Europa no surge de la nada; es la respuesta a una demanda estratégicamente cultivada. Sin embargo, para comprender su verdadera naturaleza y alcance, es necesario analizar el motor económico que lo impulsa: un mercado global de armamento cuyo modelo de negocio se alimenta, por definición, de la inestabilidad y el conflicto.

El motor del conflicto: la economía global del armamento

Detrás de las decisiones geopolíticas y las estrategias militares, opera una poderosa y lucrativa industria armamentística global. Su objetivo fundamental no es la paz ni la seguridad, sino un comercio que, por su propia naturaleza, requiere de la existencia de tensiones, rivalidades y conflictos para prosperar. Lejos de ser un actor pasivo, este sector influye activamente en las políticas de guerra y exteriores de los gobiernos, creando un ciclo perpetuo de demanda y suministro de material bélico que ahora encuentra en el rearme europeo su oportunidad más reciente.

En este mercado, España ocupa una posición destacada, situándose, según datos del SIPRI, como el sexto mayor exportador de armas del mundo. Sin embargo, el dato más revelador es la paradoja que yace en el corazón del sistema de seguridad internacional: los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (EEUU, Rusia, China, Francia y Reino Unido), junto con Alemania, son los responsables de "velar por la paz en el mundo", pero al mismo tiempo controlan el 72% del mercado mundial de armas. Son, a la vez, los principales arquitectos de la paz y los mayores mercaderes de la guerra.

Este comercio se caracteriza por una profunda opacidad y una hipocresía sistémica. Las decisiones sobre qué armas se venden y a quién se toman en secreto, amparadas por leyes que impiden un control democrático efectivo. Como señala un informe del Centre Delàs d'Estudis per la Pau, esta falta de transparencia es un pilar del negocio.

"Exportar armas supone exportar sufrimiento humano a diferentes lugares del mundo, sustentándolo con el secretismo en la toma de decisiones y el negocio subyacente."

Este patrón no es nuevo. El análisis de los destinos de las exportaciones de armas españolas, basándose en datos correspondientes a 2009, revela un patrón preocupante que a menudo parecía contravenir la propia legislación española de la época, que prohibía la venta de armas a países en conflicto o que vulnerasen los derechos humanos. La realidad, documentada en aquel entonces, mostraba un panorama muy diferente:


El comercio masivo y opaco de armas no es solo un negocio lucrativo; es un síntoma y, a la vez, un catalizador de un orden mundial cada vez más fracturado y competitivo. La lógica económica de esta industria impulsa la militarización, que a su vez refleja y profundiza las nuevas líneas de falla geopolítica que están reconfigurando el planeta.

Un mundo fracturado: el regreso de la competencia entre grandes potencias

El momento actual marca el fin definitivo de la era unipolar que siguió a la Guerra Fría y el comienzo de una nueva fase de rivalidad explícita entre grandes potencias. Esta dinámica, caracterizada por la competencia económica, tecnológica y militar, está obligando a las naciones de todo el mundo a realinearse, abandonando las posturas ambiguas y eligiendo bando en un escenario global cada vez más volátil y polarizado. Es en este contexto de fractura donde la economía del armamento encuentra su terreno más fértil.

Ya en 1994, un análisis geopolítico post-soviético perfilaba dos grandes conjuntos que pretendían gobernar el mundo. Actualizando esa perspectiva con la realidad contemporánea, estos bloques se han consolidado:

1. Bloque Occidental (OTAN): Liderado por EEUU, este bloque se presenta como el defensor de la democracia, pero no reniega de una "política de fuerzas" para imponer sus intereses. Dentro de esta alianza, la Unión Europea, como se observó en la crisis yugoslava y se confirma hoy, se muestra como un actor sin cohesión política propia y subordinado en lo militar a las directrices de Washington a través de la OTAN.

2. Bloque Revisionista (Rusia y China): Por otro lado, emerge un bloque que desafía la hegemonía estadounidense. Rusia, como se anticipaba, busca reconstruir su "antiguo perfil imperial" y consolidar su esfera de influencia en Europa del Este y Asia Central. China, calificada explícitamente por el Pentágono como el "enemigo estratégico" a largo plazo, es el objetivo final de la estrategia de cerco y ataque de la OTAN, que ve en su ascenso económico y militar la principal amenaza a su dominio global.

Esta nueva bipolaridad fuerza a los países de la periferia a tomar partido, a menudo con consecuencias dramáticas para su soberanía.

El caso de la Argentina bajo el gobierno de Javier Milei es ilustrativo

Al alinearse incondicionalmente con la OTAN y con Israel, el gobierno argentino ha convertido al país en una "semicolonia en grado de tentativa", subordinando su política exterior a los intereses de Washington e introduciendo a la región en el escenario bélico internacional.

Esta intensificación de la competencia geopolítica y la militarización no es un fenómeno que se limite a las cancillerías y los cuarteles generales. Tiene profundas y preocupantes repercusiones dentro de las propias naciones, transformando sus sociedades y erosionando los cimientos de la democracia, convirtiendo el "frente interno" en un campo de batalla más de esta nueva era.

El frente interno: el precio de la militarización en casa

La preparación para la guerra en el exterior siempre va acompañada de profundas transformaciones sociales y políticas en el interior. El aumento del gasto militar, el fomento del nacionalismo y la necesidad de un mayor control social erosionan las libertades, reorientan las prioridades del Estado en detrimento del bienestar de la población y crean un caldo de cultivo para políticas autoritarias. Por tanto, es fundamental analizar cómo la militarización global degrada las democracias desde dentro.

Una de las consecuencias más visibles en Europa es la conexión entre el clima bélico y el ascenso de la ultraderecha. Estos partidos capitalizan el rechazo a los partidos tradicionales que, mientras imponen dolorosas políticas de ajuste, desvían sumas ingentes de dinero público hacia los presupuestos militares. Este desvío de fondos no es un fenómeno nuevo. Por ejemplo, en el contexto de la crisis de austeridad post-2008 en España, datos de un informe del Centre Delàs de 2011 ya revelaban una tendencia similar: mientras se blindaba el presupuesto de defensa, los presupuestos generales del Estado para 2011 contemplaban recortes significativos en partidas sociales clave como Educación (8,1%), Sanidad (8,2%) y Ayuda Oficial al Desarrollo (19,9%).

Paralelamente, el estado de guerra latente sirve como justificación para un aumento de la represión y la vigilancia. La opacidad que caracteriza el comercio de armas encuentra su reflejo en la actuación secreta de los aparatos de seguridad. Un caso alarmante en España reveló cómo agentes del servicio de inteligencia ucraniano (SBU) operaron en territorio español para espiar a ciudadanos españoles en busca de activistas considerados "prorrusos", todo ello con la anuencia del Ministerio de Defensa. Esta subordinación de la soberanía y los derechos civiles a los intereses de alianzas militares evoca la advertencia de Víctor Serge:

"...la justicia no será más que terror, utilitariamente organizado por las clases poseedoras".

Finalmente, se corre el grave riesgo de normalizar la intervención militar en asuntos civiles. El ya mencionado informe del Centre Delàs de 2011 advertía sobre la preocupante tendencia en España a militarizar conflictos laborales, alertando que esta lógica convierte los conflictos sociales en "problemas de orden público que se solucionan llamando a la policía o al ejército", sentando un peligroso precedente para la gestión de la disidencia.

La creciente militarización, tanto de la política exterior como de la sociedad interna, no es una anomalía pasajera. Es la manifestación de una crisis sistémica profunda que no solo amenaza la paz internacional, sino también el tejido democrático de las naciones, evocando los momentos más oscuros de la historia moderna.

El eco de la historia en un futuro incierto

Hemos recorrido un paisaje sombrío: una Europa que se rearma a un ritmo vertiginoso bajo la sombra de la guerra en Ucrania; una maquinaria global de comercio de armas que se beneficia de la inestabilidad; un orden mundial fracturado en bloques competidores que evocan una nueva Guerra Fría; y unas sociedades que pagan el precio de la militarización con el auge del autoritarismo y la erosión del estado de bienestar. Cada uno de estos elementos no es una pieza aislada, sino parte de un engranaje que empuja al mundo hacia una nueva era de confrontación.

El mundo se encuentra en una encrucijada histórica. La intensificación de los preparativos militares no es una simple respuesta a una crisis puntual, sino lo que algunos analistas describen como la "salida reaccionaria a la crisis del imperialismo mundial". Es un intento por reconfigurar el poder global a través de la fuerza en un contexto de crisis económica y política. Este escenario produce lo que un análisis de 1994, premonitoriamente, denominó una "miniaturización geopolítica de los rearmes y una multiplicación de los riesgos", donde la proliferación de conflictos regionales y el desempleo de especialistas nucleares crean un entorno global impredecible y extremadamente peligroso.

Hoy, como entonces, nos enfrentamos a una "guerra sin sentido estratégico alguno —demasiadas patrias, demasiados caudillos, demasiadas banderas—". Es un combate en el que todos pierden y cuya consecuencia más profunda es "la desorientación más grave conocida por Europa desde la II Guerra Mundial". El aturdimiento y la desconexión de la realidad parecen dominar las decisiones políticas, mientras el eco de la historia resuena con una advertencia inquietante. La pregunta que queda suspendida en el aire es si las sociedades actuales, a diferencia de sus predecesoras del trágico siglo XX, serán capaces de reconocer y detener la deriva hacia un conflicto mayor antes de que, una vez más, sea demasiado tarde.

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